Qué hacer cuando nos estamos ahogando

Debo confesarte algo. ¿Estás listo?

Solo te pido que, después de leer esto, no me juzgues.

Pero antes, contexto.

Mi papá fue salvavidas de la Cruz Roja en sus años mozos y desde siempre lo admiré por su habilidad de nadar, especialmente la técnica de mariposa. Recuerdo que las veces que pudimos ir a una piscina, él siempre daba un par de vueltas y casi siempre terminaba con esa técnica, y se salía.

Mi papá nos contaba cómo en varias ocasiones tuvo que rescatar a personas que estaban a punto de ahogarse, ya sea en mar abierto o en una piscina. Y por eso, casi nunca pasaba mucho tiempo nadando, quizás lo traumático de la situación cobró su parte en la mente de mi papá.

¿Alguna vez has estado en peligro de ahogarte en el mar o en una piscina?

Debe ser una experiencia muy traumática. Esa sensación de no tener dónde apoyarse, dónde encontrar firmeza, la sola idea de estar a la deriva.

Algunos, quizás no hemos estado a punto de ahogarnos en agua, pero tal vez sí en otros mares. En el mar de la soledad, del abandono, del desinterés, del dolor, del duelo. Estos mares profundos y tempestuosos nos abaten tanto que nos impiden mantenernos a flote, y van desgastando nuestras fuerzas con cada ola que llega a nosotros.

Está el mar del silencio, ese que nos invade cuando el ruido de la vida sigue, pero nuestra mente simplemente se ahoga en él.

Hay mares que por afuera parecen calmados, pero sus corrientes subacuáticas nos jalan a la profundidad poco a poco.

¿Alguna vez te has sentido ahogar de esta manera?

Algo que mi papá nos enseñó fue que, en una situación de peligro de ahogo lo mejor es dejar de pelear por sobrevivir. Él nos contaba cómo estuvo a punto de ahogarse también porque el recatado, en su desesperación por no morir, no dejaba de patalear y mover los brazos sin sentido, causando daño al salvavidas. La única opción que los salvavidas tenían, para salvarse los dos, era brindar un fuerte golpe a la víctima para desmayarlo y así poder salvarlo.

Hay veces que lo mejor que podemos hacer es dejar de pelear. No es darnos por vencidos, sino dejar que el salvavidas haga su trabajo. Pero ¿cómo saber si alguien vendrá a rescatarnos?

Y, la verdad en este momento no tengo respuesta real a esa pregunta.

Lo más trillado que puedo decir es «confía», pero ¿acaso no hicimos eso ya y por eso nos desesperamos?
«Ten fe», es otra frase gastada que nos gritan desde la firmeza de la playa los que quieren ayudar, pero no se atreven a nadar hacia nuestro rescate.

¿Alguna vez te has sentido de esta manera?

Lo bueno es que este mar enfurecido se calmará. ¿Cuándo? No sé. ¿Cuánto tiempo más tendremos que sobrevivir? No lo sé.

Lo que sí te puedo decir es que el salvavidas viene en camino. Resiste.

¿Te estás ahogando? Déjame un comentario y nademos juntos a tierra firme.

 

Salmo 77

A Dios elevo mi voz suplicante; a Dios elevo mi voz para que me escuche. Cuando estoy angustiado, recurro al Señor; sin cesar elevo mis manos por las noches, pero me niego a recibir consuelo. Me acuerdo de Dios, y me lamento; medito en él, y desfallezco. No me dejas conciliar el sueño; tan turbado estoy que ni hablar puedo. Me pongo a pensar en los tiempos de antaño; de los años ya idos me acuerdo. Mi corazón reflexiona por las noches; mi espíritu medita e inquiere: «¿Nos rechazará el Señor para siempre? ¿No volverá a mostrarnos su buena voluntad? ¿Se habrá agotado su gran amor eterno, y sus promesas por todas las generaciones? ¿Se habrá olvidado Dios de sus bondades, y en su enojo ya no quiere tenernos compasión?»

Y me pongo a pensar: «Esto es lo que me duele: que haya cambiado la diestra del Altísimo». Prefiero recordar las hazañas del Señor, traer a la memoria sus milagros de antaño. Meditaré en todas tus proezas; evocaré tus obras poderosas.

Santos, oh Dios, son tus caminos; ¿qué dios hay tan excelso como nuestro Dios? Tú eres el Dios que realiza maravillas; el que despliega su poder entre los pueblos. Con tu brazo poderoso redimiste a tu pueblo, a los descendientes de Jacob y de José.

Las aguas te vieron, oh Dios, las aguas te vieron y se agitaron; el propio abismo se estremeció con violencia. Derramaron su lluvia las nubes; retumbaron con estruendo los cielos; rasgaron el espacio tus centellas. Tu estruendo retumbó en el torbellino y tus relámpagos iluminaron el mundo; la tierra se estremeció con temblores. Te abriste camino en el mar; te hiciste paso entre las muchas aguas, y no se hallaron tus huellas. Por medio de Moisés y de Aarón guiaste como un rebaño a tu pueblo.

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